Hace muchos años leí un cuento en el que cierta niña se aburría en una tarde de lluvia y, no sabiendo qué hacer, se puso a buscar en un viejo armario de esos empotrados en la pared, allí donde suelen acumularse muchas cosas que o se juzgan inservibles o son no de primera necesidad, y se van arrinconando por igual lo mismo en el estante de un altillo como también en el olvido. La niña nada buscaba en concreto, únicamente matar el aburrimiento, y hete aquí que descubrió lo inesperado, varias cajas llenas de libros usados que habían pertenecido a otros niños de su familia y a los mismos cuando dejaron de ser niños. Libros llenos de polvo e incluso telarañas, libros que dormían desde hacía muchos años en la oscuridad de unas grandes cajas de cartón. A la niña le gustaba leer, le venía de casta, así que se pasó una tarde muy entretenida leyendo, leyendo y leyendo, y los libros, como la Bella Durmiente, despertaron felices de su largo sueño. Así comienza este artículo de Estrella Cardona Gamio
Los libros durmientes para
Atalaya de
Ciudad Letralia.